52false04 GMT+0000 (Coordinated Universal Time)


01false20 GMT+0000 (Coordinated Universal Time)


57false58 GMT+0000 (Coordinated Universal Time)


54false33 GMT+0000 (Coordinated Universal Time)



Este domingo 9 de noviembre, las calles de Chihuahua resonaron con algo que no se escuchaba hace tiempo: tambores de guerra. No los tambores literales, claro, sino esos que retumban cuando un movimiento político decide que ya basta de lamentarse, que es hora de dejar el luto y volver a pelear. La marcha de relanzamiento del PAN en Chihuahua no fue solo un acto más de esos que los partidos organizan para la foto, fue una declaración de que la oposición en México todavía tiene pulso, y que ese pulso late con fuerza precisamente donde debe: en los estados que construyeron al panismo desde sus entrañas.
Los tambores de guerra tienen esa característica: se escuchan de lejos, avisan que algo está por cambiar, que hay un ejército reorganizándose. Y eso fue lo que se vio en Chihuahua.
Después de la debacle electoral de 2024, donde Morena arrasó con todo y el PAN quedó como ejército en retirada, muchos cantaron el réquiem por el partido blanquiazul. "Se acabó", decían. "Son historia", repetían. Pero resulta que los chihuahuenses, con esa terquedad norteña que nos caracteriza, salimos a decir: "Ni madres, esto apenas empieza".
La elección de Chihuahua para esta marcha no es casual. Este estado tiene memoria histórica. Aquí el PAN no es un partido de reciente importación sino parte de la identidad política local. Chihuahua fue cuna del panismo municipalista, tierra donde se demostró que sí se podía ganar contra el PRI hegemónico cuando todo el sistema estaba diseñado para que no ganaras. Aquí gobiernos panistas demostraron, con sus aciertos y errores, que había otra forma de hacer política. Entonces, que los tambores de guerra del relanzamiento suenen en Chihuahua es simbólicamente perfecto: es volver al origen, a las raíces, al lugar donde el panismo fue movimiento antes de volverse gobierno.
La marcha mostró algo importante: hay gente dispuesta a salir a las calles por el PAN. Y no hablamos de los operadores políticos de siempre ni de los militantes pagados, sino de ciudadanos que genuinamente sienten que necesitan una alternativa a Morena. Familias completas, jóvenes, empresarios, profesionistas, clase media que ve con preocupación la concentración de poder en un solo partido y en un solo proyecto político. Esa es la tropa que responde al llamado de los tambores: no fanáticos ni acarreados, sino gente que quiere opciones democráticas reales.
Y aquí está la parte interesante de los tambores de guerra: no solo se tocan para avisar a los aliados, sino también para que los escuchen los adversarios. Morena debe haber escuchado esos tambores retumbando desde Chihuahua. Y debe haberle quedado claro que el PAN en el norte del país no está muerto, que hay estructura, que hay militancia, que hay ciudadanía dispuesta a respaldar un proyecto alternativo. En un momento donde Morena parece imparable nacionalmente, donde controla casi todo, estos tambores son un recordatorio incómodo: México no es monolítico, y hay regiones donde la Cuarta Transformación no entra, o como se dijera en las pasadas campañas, en Chihuahua el morenavirus, no entra.
La marcha también sirvió para algo fundamental: recuperar el orgullo militante. Después de perder tan feo en 2024, muchos panistas andaban con la moral por los suelos, casi avergonzados de portar los colores del partido. Los tambores de guerra tienen esa función tribal de recuperar el espíritu combativo. Salir a marchar, gritar las consignas, ver que no estás solo, que hay miles que piensan como tú: eso recarga las baterías. Y un partido sin militancia motivada es un cascarón vacío.
Claro, los críticos dirán que una marcha no gana elecciones, que los tambores no son votos, que esto es puro show. Y tienen razón parcialmente. Una movilización no sustituye el trabajo territorial diario, las propuestas concretas, los buenos candidatos, la fiscalización efectiva del gobierno en turno. Pero aquí está el detalle: los tambores de guerra son el inicio, no el fin.
Son la señal de que el ejército se está reagrupando, reorganizando, preparándose para las batallas que vienen. Y en política, como en la guerra, el ánimo de la tropa es la mitad de la batalla.
Chihuahua, además, se presta perfecto para esto. Es un estado donde la competencia electoral sigue siendo real, donde el PAN tiene estructura y arraigo, donde Morena no puede darse el lujo de confiarse. Las elecciones de 2027 para gobernador van a estar peleadísimas, y esta marcha fue el primer movimiento en ese tablero. Los tambores avisan: prepárense, porque vamos a dar batalla.
Lo que sigue ahora es convertir el entusiasmo de la marcha en organización concreta. Los tambores ya sonaron, la tropa ya se reunió, pero ahora toca el trabajo duro: construir candidaturas competitivas, articular propuestas que conecten con la gente, hacer trabajo comunitario real, no solo cuando hay elecciones sino todo el tiempo. Los tambores llaman a la guerra, pero las guerras se ganan con estrategia, disciplina y resistencia.
En conclusión, la marcha del 9 de noviembre en Chihuahua fue importante no por la cantidad exacta de asistentes, que se estima en mas de diez mil personas, ni por los discursos que se dieron, sino por lo que simboliza. Los tambores de guerra del PAN suenan de nuevo, y suenan con fuerza en territorio donde históricamente han resonado, aún más simbolico, arrancando desde donde Don Luis H. Alvaréz lidero la huelga de hambre en contra del autoritarismo.
Morena está advertida: la oposición no está muerta, está reorganizándose. Y Chihuahua, como tantas veces en la historia del panismo, vuelve a ser el campo donde se librarán batallas cruciales para el futuro democrático de México. Que sea por el bien de Chihuahua y de México. Al tiempo.
lunes, 10 de noviembre de 2025